domingo, febrero 20, 2005

 

Nuestras raíces de humo

Los fumadores quemamos hojas de tabaco trituradas en el hornillo de una pipa, enrrolladas como tubos en los cigarros, trituradas y envueltas en cilindros de papel en los cigarrillos. Lo hacemos para aspirar el humo y absorber así nicotina, una substancia activa presente sólo en las hojas de tabaco. La nicotina es esencialmente un estimulante del sistema nervioso simpático. Aumenta la frecuencia cardíaca, la presión arterial y el flujo sanguíneo coronario; intensifica el flujo sanguíneo en los músculos y en el cerebro y lo reduce en la región cutánea; aumenta la circulación de adrenalina y noradrenalina. Funciona por lo tanto como un intensificador de la atención. Es una "droga de la actividad", en particular del trabajo intelectual: produce lucidez y no confusión o alucinación. Aumenta también la circulación de endorfinas, difundiendo una sensación de relax y de bienestar.





La nicotina se disuelve en la saliva, y hasta cierto punto puede ser absorbida directamente por las mucosas; existen por lo tanto consumidores de nicotina no fumadores, como quienes mascan tabaco o aspiran por la nariz un fino polvo de tabaco, el rapé. Los prohibicionistas han inventado últimamente otras formas de asumir nicotina, los "parches" cutáneos y el aerosol. La medicina, a quien debemos la invención de drogas como la morfina, la heroína, la cocaína y las anfetaminas (para citar solo algunas) sigue probando. Farmacéuticas y mafias agradecen.


El placer de fumar deriva, no solo y no tanto de la asunción de nicotina, sino también de la producción y aspiración del humo. El humo y el fuego son los compañeros del ser humano desde que inició el proceso de hominización: los humanos somos los monos que manipulan el fuego. La fumosa atmósfera que rodeaba la hoguera era la casa de la familia primordial, el lugar seguro y cálido en el que había comida y afecto. Aún hoy la palabra "hogar" refiere sea a la casa de familia que al fuego encendido. Con el neolítico y la ocupación de las tierras frías del norte la relación del ser humano con el fuego y el humo se hizo aún más estrecha. Durante miles de años la habitación humana fué una pared que rodeaba una hoguera, con un agujero en el techo para hacer salir el humo. En el medioevo se desarrollaron chimeneas más o menos ingeniosas para reducir un poco la fumosidad del aire interno. Aire que siguió estando impregnado de humo, en particular en los largos inviernos del hemisferio norte en los que mantener la tibieza significaba simplemente sobrevivir.





La humanidad ha quemado y quema en sus hogueras todo tipo de vegetales: troncos de millares de especies distintas, arbustos, hierbas secas, excrementos de herbívoros con un elevado contenido de fibras vegetales. Todos estos combustibles producen humos que contienen alquitrán, polvos finos y algunos miles de substancias diversas. No hay nada en el humo producido quemando tabaco que no esté también en los miles de vegetales que se queman, incluyendo por ejemplo el incienso.





Ahora estoy solo frente a la computadora, escucho tangos (Rivero con la orquesta de Salgán) y procedo al rito de encender la pipa. Tomo uno de los bien torneados leños alineados en un ángulo de mi escritorio, comprimo suavemente un puñado de Skandinavik Aromatic en el hornillo, doy unas bocadas bien calibradas y se produce el rutinario milagro, el fuego. El humo se desenrolla en volutas de un gris azulado, moviéndose con la pereza que lo caracteriza. Crea en el espacio complejas formas tridimensionales, en las que se dibujan ideas y conceptos, sueños y emociones.


domingo, febrero 13, 2005

 

¡Aquí se fabrican las pruebas, Marlowe!

Giovanni tiene 54 años, y es un ferroviario de Bolonia, Italia, cercano a la jubilación. Hace unos días el médico le entregó el siguiente diagnóstico: "Posible cáncer al pulmón. El sujeto fuma". En su ficha clínica dice también que es ferroviario. Pero no dice que durante casi veinte años trabajó emparejando el pedregullo, alineando las durmientes (traviesas para los españoles) y ajustando los bulones (tornillos grandes en España?) que tienen firme la vía en el terraplén. Y que precisamente en ese terraplén se encontró un elevadísimo contenido de amianto a lo largo de kilómetros de vía, probablemente como consecuencia del transporte de rellenos extraídos de viejos coches ferroviarios desmantelados, transportados después en vagones abiertos y sin ninguna precaución. Ahora bien; los viejos vagones fueron desmantelados porque el amianto se desintegra en microscópicas agujas, que se incrustan en el tejido pulmonar y son una importante causa de cáncer.





Para los investigadores epidemiólogos no hay duda: el pobre Giovanni es una víctima del vicio del tabaco. De ninguna manera puede hacer causa a la compañía ferroviaria, que lo mandó a trabajar en un sitio contaminado sin ninguna protección, y que transportó por años un material altamente peligroso sin precaución alguna. Porque la culpa es suya, por vicioso. Y si Giovanni no fumara habrían descubierto que sí lo hacía su mujer Mara, que sería entonces la culpable. Un círculo perfecto.





No menos de cuatro de cada cinco investigaciones sobre la relación entre el cáncer y el tabaco se apoyan exclusivamente en fichas clínicas de pacientes de hospitales. Y esas fichas contienen poca información, para peor ideológicamente orientada. Preguntan la profesión, pero no la naturaleza concreta del trabajo ni el ambiente en el que se desenvuelve; menos todavía se ocupan de las condiciones de habitación, ni del nivel de contaminación urbana, ni de la historia del sujeto. No sabemos si fue voluntario civil en Kosovo, contaminado por los proyectiles de uranio norteamericanos, ni sabemos qué aire respiraba en su trabajo anterior. ¿Cuántos Giovanni hay en las investigaciones que condenan el tabaco? Probablemente no lo sabremos nunca, porque los médicos que hacen las fichas clínicas no se interesan en las condiciones de vida y trabajo de las personas, como algunos grandes médicos del pasado, y porque los epidemiólogos dan por buenas las fichas que encuentran, porque les conviene para demostrar lo que quieren demostrar.


domingo, febrero 06, 2005

 

Cuando las ciencias duras se ablandan

Si una ciudad está llena de ratas la recurrencia de la peste bubónica es más que una probabilidad, es una certeza. Si dicha ciudad carece de cloacas, tira los desperdicios en el medio de la calle, toma el agua del mismo río en el que se descargan los excrementos y se lavan las sábanas de los enfermos el estallido de epidemias periódicas es mucho más que una predicción probabilística. Por estas razones la higiene pública es una de las raíces más nobles de la medicina moderna.


Se trata en todos los casos de identificar la causa, eliminarla, y suprimir de esta manera el inevitable efecto. Descubro que el mosquito es el vector de la malaria, elimino el mosquito y transformo una región asolada por la enfermedad en una región sana; así es como se desarrolló la región en que vivo, la baja valle del Po. Con la campaña antitabaco la medicina preventiva entró sin embargo en un terreno resbaloso, en el de la probabilidad. El mismo terreno resbaloso en el que nos movemos desde siempre los sociólogos, despreciables cultores de las ciencias blandas.





La correlación es una de las técnicas con las que se obtienen medidas de asociación entre dos series de fenómenos. Permite determinar por ejemplo que los enfermos de tuberculosis que son adecuadamente tratados sobreviven, mientras que los que no reciben ningún tratamiento mueren. Parece natural pasar de este uso de la estadística (el control de la eficacia de una cierta cura) a otro más ambicioso: identificar y remover la causa que determina la enfermedad misma. Pero la ciencia estadística, que nació en un Casino, presenta numerosas insidias.


En los fenómenos sociales las variables se presentan siempre en "enjambres", y no basta con un instrumento estadístico para reconstruir el mapa complejo de causas, efectos y retroacciones. Hace falta una investigación específica que reconstruya la calidad y la forma de las asociaciones, más allá de su valor cuantitativo. En el caso de la tuberculosis por ejemplo podemos establecer: (a) que la mayoría de las personas de piel negra en Italia son inmigrantes; (b) que la mayoría de los inmigrantes vive en condiciones miserables; (c) que estas condiciones son tales que favorecen el desarrollo de enfermedades "de la miseria", como la tuberculosis. Si se demuestra esta hipótesis la conclusión es que hay que mejorar las condiciones de vida de los inmigrantes para reducir la incidencia de la tuberculosis.





Hay sin embargo hipótesis racistas, como la pseudocientífica afirmación de que los negros tienen una particular propensión genética a la tuberculosis; si prevalece esta hipótesis se propondrán políticas de selección racista de la inmigración. Hay también hipótesis xenófobas, como la que sostiene que los inmigrantes, dado que provienen de países pobres, son portadores de enfermedades infecto-contagiosas como la tuberculosis. Esta hipótesis lleva a actuar políticas de bloqueo de la inmigración por razones "sanitarias".


¿Qué tiene que ver esto con la campaña prohibicionista del tabaco? Que se usa la estadística de la misma manera desenvuelta, impregnada de prejuicios y de ideología, una modalidad que parece caracterizar a los científicos "duros" cuando se ocupan de problemas sociales. Demostrar que dos fenómenos están relacionados no basta, si no se explora la compleja red de interrelaciones en la que esta relación se anida. Si no se hace esto se corre el riesgo de demostrar que el elevado consumo de huevos incrementa la escolaridad y causa la depresión crónica, porque los tres fenómenos están correlacionados. Lástima que sea así porque los tres derivan de un cuarto invisible, la modernización de sociedades tradicionales; sería lindo que la investigación sociológica fuera tan fácil...


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