domingo, noviembre 19, 2006

 

Estilos de vida

Tizio vive de noche, desayuna en pantuflas a las tres de la tarde, a eso de las cinco abre su escuela de danza moderna, se ducha y reposa un poco entre las diez y las once, cena a medianoche y va a recorrer locales y discotecas, cosa que hace hasta las siete de la mañana, cuando toma su segundo desayuno. “Ah, es un profesor de baile”, dirá usted; y no habrá entendido mucho, porque Tizio abrió su escuela precisamente porque amaba su estilo de vida nocturno.


Caio se levanta a las seis de la mañana, y corre varios kilómetros antes de ducharse, tomar su espartano desayuno y dirigirse en auto a su trabajo. A las cuatro de la tarde sale de su oficina y se precipita al gimnasio, donde mejora sus músculos con complicados aparatos. Cena a las siete, ve televisión, lee un poco y a las diez cae rendido en la cama.
Sempronio es voluntario en un programa de cooperación en la selva amazónica. Se levanta temprano, para aprovechar el (relativo) fresco matutino, come un plátano, restos de carne de cerdo del día anterior y un gran tazón de café. Trabaja como un forzado hasta la una, después se tira en su hamaca y duerme la siesta hasta las cuatro, cuando retoma el trabajo hasta las ocho. Tiene parásitos intestinales y diarreas intermitentes, pequeñas heridas que no terminan de cerrar; trata de defenderse de los mosquitos, pero la tarea es imposible, y saldrá de allí probablemente con una malaria o algo peor. De noche no duerme bien; lo tormentan el calor, la humedad, los insectos y la nostalgia. Pero está contento, vive la vida que soñaba, hace lo que siente que debe hacer.




Los estilos de vida de Caio, Tizio y Sempronio son tan distintos que es difícil entender que los tres pertenecen a la misma especie, el homo sapiens. Y son solo tres ejemplos, la variedad de estilos de vida de los humanos es un caleidoscopio infinito y deslumbrante, que no termina de sorprendernos. Los estilos de vida son la forma biográfica de la cultura; sin su riqueza y su variedad la humanidad no sería lo que es, sino algo mucho, pero mucho más pobre.
Los sanitaristas razonan a partir del cuerpo; preconizan una alimentación simple y sana y una actividad física regular, rechazan la sedentariedad, los vicios como el fumar o el tomar, todo tipo de excesos. Aspiran al Estilo de Vida Unico, garantizado por la Ciencia. Sin pensar que, si consiguieran su objetivo, eliminarían la infinita variedad de la cultura humana, producirían hombres-fotocopias. La vida de Caio se aproxima al ideal salutista, pero sin los Tizio y los Sempronio no tendríamos arte, ni solidaridad, ni literatura, y problablemente ni siquiera ciencia.
“Por qué no es posible un estilo de vida que tenga un poquito de cada cosa”, me dirá usted. Porque la vocación implica esfuerzo, exceso, voluntad de poner los objetivos por arriba de las circunstancias. Porque la vida es breve, y es imposible medirla de a gramos con una balanza.
Ahora imaginemos por un momento una medicina distinta, que se ocupe de las personas y que respete sus estilos de vida. Que en vez de responder a cada paciente con la misma, automática tirada ideológica (“deje de fumar, tome poco, no coma grasas, haga jogging”) trate de encontrar el modo de mejorar la salud de esa persona que tiene delante, ese poeta, ese deportista, ese bailarín noctámbulo, ese desocupado, ese oficinista, ese cooperante, ese viajero, ese lector impenitente, ese militante político. Con sus objetivos, sus debilidades y sus vicios, que son parte de la personalidad que los vuelve útiles para la humanidad. Mucho trabajo, ¿no es cierto? Es más fácil tratar a las personas como a piezas en una línea de montaje, y ocuparse de su salud sin conocerlos. Claro que la culpa no es del médico, sino del sistema del que forma parte, un sistema que prevé atención personalizada solo para los ricos y famosos. Para los demás basta el chiste que sigue. El médico dice al paciente que se acerca a la edad madura: “Deje el alcohol, el tabaco, los excesos con mujeres y las noches bravas; haga largas caminatas, coma sin grasas ni condimentos”. “¿Y así viviré otros cincuenta años, doctor?”. “No, pero aunque sean muchos menos le van a parecer cincuenta años”.

miércoles, noviembre 08, 2006

 

Una extraña lógica

Un par de días atrás explicaba en un bar a una amiga no fumadora por qué pienso que, en Italia, la única alternativa sensata al prohibicionismo antitabaco es la libertad de separación de los espacios. “No es que me guste seguir la tendencia a reglamentar obsesivamente todas las relaciones sociales”, le decía, “pero la fractura creada por la propaganda antitabaco y por el uso de la ley como un garrote no deja alternativas. Se debería establecer que bares, restaurantes y otros locales de tipo recreativo puedan elegir entre atender a personas tolerantes al tabaco, fumadores y no fumadores, y atender a personas intolerantes al tabaco, dejando como tercera posibilidad la creación de zonas en el mismo local, en las proporciones, y con el tipo de separación, que el gestor considere adecuadas. El juego de la oferta y la demanda no tardará en producir un equilibrio satisfactorio para todas las partes. Quien desee fumar mientras toma un café o un martini elegirá un bar para personas tolerantes al tabaco, entre otros factores; quien no soporte la cercanía de un fumador elegirá un bar o un café prohibicionista, y quien como vos es una no fumadora tolerante tendrá el privilegio de estar bien en todos lados”.

En ese momento intervino bruscamente en la conversación un tipo que estaba sentado a poca distancia. “Usted está diciendo tonterías”, me espetó. “Si yo quiero entrar en un bar, y no puedo hacerlo porque soy antifumador, se está vulnerando mi libertad. Tengo derecho a entrar en el bar que se me ocurra”.


Mi amiga le contestó con una cierta aspereza que nadie lo había invitado a intervenir en nuestra conversación, y que interrumpirnos dándome del tonto no era por cierto una muestra de buena educación. La calmé poniendo mi mano sobre la de ella, y dije al tipo que le iba a contestar si nos prometía callarse la boca y ocuparse de sus propios asuntos inmediatamente después.

“Señor”, le dije, “usted tiene el derecho de entrar en todos los bares que se le ocurra, si respeta las reglas del local; es el mismo derecho que tengo yo. Lo que contesto es una ley que impone reglas iguales a todos los locales, que obliga a todos a abstenerse de fumar. Creo que una variedad de reglas es más adecuada a una sociedad abierta y plural. Por supuesto, usted podrá entrar también en un local para personas que toleran el tabaco, si asume un comportamiento adecuado, y yo podré entrar en un local para antifumadores, si me abstengo de encender un cigarro”.
“No trate de escabullirse”, me respondió molesto; “Fumar hace mal, y si no hubiera fumadores no habría motivo alguno de discordia”.

“El suyo es un viejo razonamiento prejuicioso”, le contesté. “Es el que utilizan los racistas que afirman que no lo serían si no hubiera tantos negros, o el de los antisemitas que dicen serlo por culpa de los judíos. ¿Usted señor es gay?”
“Qué, me insulta ahora?”, respondió poniéndose de pie, siempre más enfurecido. “No señor, no lo insulto, ni pienso que la palabra gay contenga nada de insultante. Tomo su respuesta como una negativa, siéntese por favor. Quería darle un ejemplo. Supongamos que usted sea una persona intolerante a la homosexualidad, y que en nombre de su libertad de entrar a cualquier local pretenda que en una sala dedicada a los gay los homosexuales presentes se abstengan de manifestarse como tales. Supongamos además que usted tiene un amigo ministro, y que consigue que se sancione una ley que impida a las personas homosexuales el manifestarse como tales. ¿No sería una ley discriminatoria?”.

“Sí, lo sería. Pero el ejemplo no vale, porque el tabaco es dañoso para la salud”.
“Entonces diga claramente su opinión: nada de libertad, usted simplemente quiere abolir el vicio del tabaco usando la fuerza pública. Y ahora tenga la cortesía de dejarnos tranquilos, y ocuparse de sus asuntos, porque esta última afirmación nos llevaría a una nueva discusión, para la que no dude que estoy bien preparado”.

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