lunes, marzo 21, 2005

 

Una duda razonable

Las notas que constituyen este weblog se proponen generar en el lector una duda razonable acerca de la seriedad de las "investigaciones" en que se apoya el prohibicionismo anti-tabaco. La experiencia histórica demuestra que la ciencia encuentra en sí sus anticuerpos para depurarse de intoxicaciones de ideología. El funcionamiento "a red", sin pirámides jerárquicas estables, la legitimación de la crítica y la necesidad de demostrar lo que se afirma consiguen, tarde o temprano, el derrumbe de los paradigmas erróneos y la estructuración de nuevas hipótesis y verdades transitorias. No es el mejor de los sistemas, pero es el único que funciona. Aunque a veces la verdad tarda mucho en emerger.



Pienso que la producción de "dudas razonables" puede llevar a muchos investigadores a revisar convicciones que creían inmutables, y a otros a revisar críticamente ideas que circulan protegidas con ostentosos sellos de autenticidad. Nada hay de sagrado y de intocable en la ciencia, nada debe serlo.



En la campaña anti-tabaco, como hemos visto, son numerosas las anomalías y las señales de impostura. Uso impropio de las estadísticas, manipulación de los índices de comparación, un exceso abnorme de revelaciones impactantes, un tronar profético y a veces decididamente histérico llevan espontáneamente a dudar de su seriedad. Se percibe un aroma de doctor Dulcamara cuando uno se acerca a la copiosa bibliografía sobre los daños del humo activo y pasivo.





Las investigaciones anti-tabaco constituyen un sistema, cuya lógica se deduce más de las necesidades de una campaña propagandística incesante que de la construcción de un sólido edificio de pruebas, aún indiciarias. Cada investigación o grupo de ellas ilustra un tema publicitario, y todas juntas contribuyen a crear una fuerza de tantas debilidades. Es legítimo por lo tanto concentrar el arma de la duda en un "tema" a la vez; se desarticulará así la apariencia de cientificidad.



A partir del próximo post procederó por lo tanto a examinar algunas investigaciones cuyos presuntos resultados circulan corrientemente.


viernes, marzo 11, 2005

 

Una nueva religión






Después de un examen de las "investigaciones" antitabaco publicadas encontré un elenco de 77 enfermedades y una decena de otras molestias provocadas siempre por el hábito de fumar. No pretendo que la lista sea exhaustiva, aparecen continuamente nuevos "descubrimientos". El mecanismo es simple, y la financiación está asegurada, por más delirantes que sean las conclusiones. El investigador toma un grupo de víctimas de una cierta enfermedad, y establece, gracias a las fichas clínicas, cuantos fuman (supongamos el 42%). Compara este porcentaje con el establecido para los fumadores en la sociedad general, digamos el 35%. Deduce que los fumadores tienen más posibilidades de enfermarse de ese mal que los no fumadores, publica... y cobra.



No tiene en cuenta que el dato general del 35% es muy discutible, que se basa en declaraciones de los sujetos, muchas veces influídas por la atmósfera social, y lo que es todavía más importante, ignora las diferencias de franjas de edad. Si la enfermedad es característica de una edad adulta-madura (y es casi siempre el caso) lo que cuenta es el porcentaje de fumadores en esa franja de edad, que es siempre más alta, porque el dato general incluye los menores de edad. Si el resultado real es del 42% significa que no hay ninguna relación significativa entre el hábito de fumar y la enfermedad.


Pero los nuevos cruzados no se amilanan ante tan pequeña dificultad; mientras siga existiendo la lluvia de dólares y de euros seguirán produciendo investigaciones que demuestren que cada una de las enfermedades existentes es un producto del vicio de fumar. Al menos hasta que se les acabe la Enciclopedia médica.





Ahora bien; si yo digo que el fumar es causa de: anginas, constipados (o resfríos), tos y expectoraciones, pérdidas de apetito, arritmias cardíacas, taquicardia, envejecimiento precoz de la piel y arrugas, disminución de la sexualidad, gastritis, caída del cabello, deterioro de la dentadura, úlceras bucales, erupciones en la cara, el cuero cabelludo y las manos, carcinoma cutáneo de células escamosas, psoriasis, ictus cerebral, meningitis, úlcera gástrica, cataratas, degeneración macular del ojo, pérdida de oído, infecciones del oído medio, parálisis facial, osteoporosis, aterioesclerosis y dolores de espalda (la lista sigue, y sigue, y sigue), si yo digo todo esto, entonces también digo lo contrario, o sea que la erradicación del tabaco salvará a la humanidad de la casi totalidad de los males que la aquejan. Tenemos una nueva religión, con un pecado, muchos castigos y una promesa de redención.



Como sucede siempre con las Buenas Nuevas de los profetas religiosos, quedamos pasmados por lo simple que era. Siglos para desarrollar un aparato médico formidable, que utiliza una parte significativa de los recursos sociales, siglos de lentos avances en la comprensión de la compleja red que somos físicamente, para inventar procedimientos, máquinas, dispositivos, medicamentos. Millones de personas que dedican su vida a la absorbente profesión de curar la salud ajena, y todo era tan simple. Bastaba con dejar de fumar.


martes, marzo 01, 2005

 

Hay quienes se dan humos y quienes viven de ellos

Los prohibicionistas coinciden en que no es la nicotina la substancia que indican como cancerígena, sino otros componentes del humo, en particular el alquitrán y los polvos finos. Estas substancias serían también responsables de varias enfermedades pulmonares y de otros tipos de cáncer (boca, esófago, etc.). Se trata por lo tanto de los elementos que el humo de tabaco tiene en común con los humos producidos por la combustión de otros vegetales, y no el que lo diferencia, o sea la nicotina.


No he podido encontrar ninguna investigación sobre los peligros del humo "pasivo" de incienso, por ejemplo. Un vegetal quemado en grandes cantidades en algunas iglesias católicas (en Santiago de Compostela usan hornillos gigantes colgados del techo con cadenas, que agitan por medio de cuerdas). Muchos antifumadores aman el humo de incienso; un matrimonio conocido que reacciona ferozmente contra el más ligero aroma de tabaco mantiene en su casa una densa atmósfera de humo grisáceo, producido por bastoncitos de incienso ubicados estratégicamente. Parece creer que lo que hace mal es el aroma que odian, y no los alquitranes y polvos del humo que aman.



En tiempos modernos la forma de contaminación ambiental representada por el humo vegetal puede ser recordada con nostalgia. El motor a combustión impregna la atmósfera urbana de nuevos y mortales humos. No se trata solamente de la cantidad de polvos finos que agreden los pulmones; hay que considerar también la calidad de sus componentes. La parte céntrica de la ciudad de Bologna, por ejemplo, con sus largas recovas cerradas, es una verdadera cámara de gas. Quienes tienen ventanas a la calle las conservan permanentemente cerradas: nada hay menos sano que una bocanada de aire externo. Cuando la presión atmosférica y la niebla se cierran contribuye un segundo factor: el uso generalizado de dispositivos de calefacción alimentados a petróleo. Los ojos lagrimean, la garganta se cierra y se fatiga a respirar.



Sin embargo James Repace, el doctor Strangelove del fundamentalismo antifumador, sostiene que el humo de tabaco "contiene hasta 50 veces más de partículas cancerígenas que el emanado por vehículos en carreteras en horas de mayor tránsito". Y se refiere al humo ambiental, o pasivo, y no a la inhalación directa.


Por amor a la ciencia propongo al doctor Repace el siguiente experimento:

1) Conectamos un tubo de goma al escape de un automóvil en funcionamiento;

2) Yo enciendo mi pipa, y por cada bocada de humo de tabaco que aspiro, el doctor Repace toma una bocada de humo del tubo.


Si la tesis de Repace es correcta (y no dudo que lo es, dada su fama científica) después de cuatro o cinco pipas yo caeré gravemente intoxicado, mientras que él seguirá aspirando olímpicamente de su tubo, sin ningún daño para su salud.


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